domingo, 22 de junio de 2014

Una moderna excursión a los indios ranqueles


Y como remate del viaje esclarecimos el fraude de los niños del Llullaillaco.

El concepto fue de Marlú, excelente idea como tantas otras. Ella había leído en el diario que en San Luis acababan de inaugurar un pueblo para los aborígenes, descendientes de aquellos bravos naturales que Lucio V. Mansilla había descrito en forma tan viva y brillante en su libro “Una Excursión a los Indios Ranqueles”.

Puesto que nuestro plan de viaje pasaba cerca de aquella comarca, decidimos hacer un desvío y destinar parte de nuestro tiempo -y kilometraje- para conocer esta novedad.

 
El asunto es que el superior gobierno de la provincia de San Luis había resuelto compensar a los descendientes de aquellas tribus de guerreros pampeanos regalándoles tierras y hasta viviendas para que pudiesen tener una subsistencia digna.

El proyecto no podía desde luego abarcar a todos sino debía limitarse a un núcleo limitado. Retoños de los indios bravos, hoy en buena parte integrados a la sociedad moderna, que viven en Villa Mercedes y otras localidades del Sur de Córdoba, La Pampa y San Luis realizando trabajos sencillos.

Se eligieron 22 familias para quienes se construyeron dos pueblos con una docena de viviendas cada uno, viviendas no solo ultramodernas sino además equipadas con todo confort: poseen heladera, microondas, calefón, cocina, gas y corriente eléctrica, hasta Direct TV y WiFi.

No solo eso: en un verdadero acierto arquitectónico cada casa está realizada al estilo de las tiendas de los antepasados: un cubículo resguardado por losas inclinadas simulando un toldo de aquellos, con caños que sobresalen como lanzas o estacas de bambú al estilo de las viviendas temporales que los naturales solían levantar en la vecindad de las aguadas pampeanas.

Estas losas ladeadas imitando por su forma cueros de guanacos hacen las veces de protectores contra el Sol abrasador en esas llanuras carentes de arboledas. Todo está decorado con históricos motivos mapuches, parientes de los ranqueles.

Los dos pueblitos separados por pocos cientos de metros de distancia cuentan además con una moderna escuela donde domina la compu que cada chico posee. Hay una sede social y también se dispone de un hospital equipado, donde médicos atienden varias veces por semana.

El emprendimiento Rankül (pronúnciese Ranquiel) con los dos pueblitos se encuentra no lejos de una lagunilla llamada La Isla, un centenar de kilómetros al SSO de Villa Mercedes y a 50 kilómetros de Buena Esperanza, sobre una ruta de asfalto nueva e impecable. En el camino, letreros van anunciando al curioso viajero Rankül, que está a corta distancia del pavimento, con tranquera pero sin candado.

 Iniciamos este viaje realizando al comienzo una nota en las célebres minas de ónix de La Toma. Al mediodía habíamos cumplido con nuestro relevamiento y seguimos en dirección a Fraga sobre la autopista RN 7, para enfilar en dirección Sur por la RP 27. Camino recto y suavemente ondulado, pastos y arbustos pero contados árboles, hasta llegar en el Kilómetro 91 al cartel que marca el ingreso al asentamiento.

Ya el aspecto del conjunto de viviendas es una sorpresa para cualquier forastero que llega. Uno cree entrar en una toldería de antes. Se ha previsto que en cada pueblito una casa esté destinada para visitantes, con colchones y ropa de cama de primera.

Los residentes no tienen que comprar sus hogares sino que pagan un arancel, especie de hipoteca, además de tener la obligación de mantener sus propiedades y cuidarlas. Oficialmente el poblado había sido habilitado en mayo de 2009, nosotros lo visitamos en noviembre.

En total hay unos 80 pobladores permanentes, y los maestros acuden desde San Luis capital. Disponen de escasos recursos e ingresos, pero sí tienen entradas porque el asentamiento abarca en total unas 70.000 hectáreas de tierras feraces que se alquilan a ganaderos de la comarca para invernada o veranada de su hacienda bovina. Un plan muy bien pensado.

Realizamos este viaje de exploración turística Marlú, el colega periodista Oscar Fernández Real y el autor de estas líneas.

Los tres fuimos recibidos con cordialidad por las autoridades, que se componen del Lonco o general, veterano de Malvinas, y la Maki o bruja-curandera. Como la aldea había sido inaugurada hacía poco tiempo, nosotros éramos los primeros visitantes y, para mejor, periodistas. Nos alojaron con todo confort, calefacción incluida, en una casa que estrenamos. En la cocina Marlú elaboró una cena que disfrutamos no solo porque teníamos hambre sino porque realmente era rica.

Se había hecho noche. Ya habíamos charlado con el Lonco, y al salir de la casa nos sorprendió un firmamento que llegaba hasta el horizonte y estaba cuajado de millones de diamantes rutilantes. Algunos ruidos provenían de los caballos que andaban pastando en las cercanías, lo demás: un silencio que se podía “oír”.

Por hallarse en pleno despoblado pampeano, no hay servicios. El almacén más próximo se encuentra en Batavia, a 22 kilómetros, mucha distancia para comprar yerba y azúcar; la oficina de correos de este pueblo que aún carece de código postal funciona en Fraga.

Existe cierta rivalidad, pero a nivel amigable, de quiénes son los descendientes más directos, es decir los ranqueles más puros. Sucedió que el joven Eduardo que gentilmente hizo de valet y mayordomo para nosotros, es el poblador de linaje más genuino. Y realmente su piel color bronce deja ver que proviene de aquellos hijos del desierto.

El tipo de construcción de las viviendas resultó incluso práctico para nosotros para guardar el auto de noche bajo un cobertizo. Era un Fiat Punto Diesel JTD que Fiat Argentina había puesto a nuestra disposición, con fines de test de evaluación. El coche resultó una sorpresa positiva: no obstante su motor de reducida cilindrada genera potencia suficiente para mantener en ruta una velocidad de crucero entre 140 y 150 Km./h, ofreciendo mucho confort, excelente andar y maniobrabilidad óptima. Pero lo que nos pasmó fue su consumo: en el viaje de regreso a Buenos Aires por las Rutas 188 y 7, desde la última carga de combustible en Realicó en el Kilómetro 600 desde Buenos Aires, gastó apenas 30 litros. En buen romance: cinco litros por cada centenar de kilómetros recorridos, que es un valor a todas luces notable.
 
El fraude de las momias

Al regreso del viaje me aguardaba aún otra faena. En casa había recibido en nuestra ausencia varios documentos largamente esperados que me permitían corroborar un asunto que desde hacía algún tiempo había venido sospechando e investigando: un amigo me confirmaba que la historia de las momias halladas en un rellano bajo la cima del Llullaillaco, en Salta, era en rigor un gigantesco fraude. Que los párvulos habían sido descubiertos tiempo antes por el montañista tucumano Orlando Bravo en una ladera del volcán y que el escalador yanqui Johan Reinhard con la asistencia de varios ayudantes, entre ellos la joven escaladora argentina Constanza Ceruti, habían retirado los cadáveres de su enterratorio primitivo para llevarlos hasta la cumbre, simular pour la galerie su “hallazgo” y armar de esta forma la farsa del “sepulcro más alto del mundo” a fin de vender la historieta por buen dinero a algunas de las revistas  de más renombre internacional (National Geographic Magazine, TIME) que, ingenuos, cayeron en la trampa.

Oscar entrevistando el Lonco o jefe de la tribu, delante de la
reproducción de una famosa tela llamada La Vuelta del Malón
Cartel indicador
El puma es de las pocas bestias temidas
en la soledad de la Pampa; Marlú y Federico
como supuestos cazadores furtivos


Eduardo, el ranquel de más puro linaje

Marlú en la modernísima cocina

Federico y Marlú frente a la casa de huéspedes

Una de las viviendas donde los cobertizos para dar sombra pretenden recordar
los cueros que servían para armar los toldos, con un bagual pastando.

La Maki y el Lonco

Tranquera de entrada al complejo Ranquel
 
Despedida de Rankül
 

El conocido montanista alemán Hans Siebenhaar en una ascensión reciente al Llullaillaco

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